El domingo 2 de julio de 1899 el taller fotográfico de los hermanos Torres publicó una nota en el semanario El Mundo. La breve sección se ilustró con una fotografía cuya leyenda enunciaba “El taller fotográfico de Torres Hnos, Calle de la Profesa num 2.” El motivo era presentar una novedad: la inclusión de mujeres en el oficio.
Al trazar la vida de Felipe y Manuel Torres los historiadores han marcado dos puntos de partida distintos, por un lado se ha pensado que son originarios de la ciudad de Toluca. No obstante, recientemente el investigador Gustavo Amézaga Heiras logró hilar información diseminada en notas periodísticas y concluyó que: “son hijos de Ambrosio Torres y de María de Jesús Estrada, nacieron en la ciudad de Morelia, Michoacán, hacia 1856 y 1862 respectivamente, pero vivieron parte de su infancia y adolescencia en Calimaya, Estado de México.” Según Amézaga, su iniciación a la fotografía fue gracias a un hermano mayor y entre 1878 y 1879 aprendieron en el estudio de Sciandra y Cruces establecido en la ciudad de Toluca. Es ahí mismo, donde dieron a conocer su primer taller independiente en la calle de Victoria núm. 2 en 1880.
En los siguientes años, su trabajo fue reconocido con merecida fama, siendo premiados en las exposiciones de Caracas y Bogotá en 1882. Ese mismo año, se mudaron a Morelia para instalar un negocio familiar en el portal Hidalgo núm. 3, donde exhibieron sus mejores trabajos y vistas de Morelia. Según la prensa de la época, su calidad rivalizaba con aquella de los hermanos Valleto y Cruces y Campa, dos afamados estudios fotográficos de la ciudad de México. Muy pronto, su taller se convirtió en uno de los mejores, la prensa continuó alabando sus imágenes por sus retratos “enteramente perfectos” por el “parecido y exactitud” de los ropajes, las vistas “verdaderamente artísticas” gracias al dominio del claro oscuro.5 Según María Guadalupe Chávez Carbajal, los Torres alternaban por temporadas entre Morelia y Toluca, donde triunfaron en la Primera Exposición Científica, Artística, Agrícola e Industrial del Estado de México en 1883. También se asociaron con Antíoco Cruces, con quien mantendrían contacto después de romper la sociedad.
Existe una confusión de datos y referencias cruzadas que los historiadores han repetido, pero que subrayan a Felipe Torres como uno de los primeros profesores en impartir un taller de fotografía institucionalizado. Vale recordar que las formas tradicionales para aprender el oficio provienen de una estructura gremial, donde la relación maestro-alumno se daba de manera empírica. Una de las referencias, mencionada por Olivier Debroise, afirma que dirigió el primer curso que se impartió en el Colegio Civil del Estado de México en 1880. Por otro lado, Chávez Carbajal y Amézaga concuerdan que fue en 1884 cuando se impartió la primera cátedra fotográfica en lo que sería la Escuela de Artes y Oficios de Morelia. Por órdenes del gobernador Prudencio Dorantes, quien reconocía el trabajo de los hermanos Torres, se adecuó un taller en el Colegio de San Nicolás y nombró a Felipe Torres como responsable, quien además era conocido como un joven e inquieto músico de la Sociedad Filarmónica “Mariano Jiménez” de Morelia.
Las implementaciones académicas para la fotografía siguieron las ideas modernas del discurso porfirista para “formar al artesano moderno.” Para ello, se invirtió en la capacitación de los profesores, como fue el caso de los hermanos Torres a quienes enviaban a los mejores talleres de la ciudad de México y al extranjero como “viajes de perfeccionamiento.”
Felipe y Manuel formaron parte de la producción de imágenes del régimen. Tal como se decretó desde 1856, el retrato fotográfico funcionaría como medio de control e identificación en las cárceles de la República Mexicana. En Morelia, el prefecto Maximiano Rocha ordenó retratar a los reos para su control visual, en especial a los presos cuyo delito hubiere sido mayor. Se sacaban tres fotografías, una anexada a la “causa respectiva”, otra en la “galería de retratos” que guardaba la alcaldía y otra al álbum de la misma prefectura donde se hacía notar la filiación del preso, el delito cometido y demás datos y antecedentes. Chávez Carbajal logró identificar que los retratos datan del último tercio del siglo XIX y las últimas imágenes probablemente se produjeron en 1891, ya que posteriormente existe una evidente falta de coordinación para continuar el proyecto fotográfico.
La autora afirma que varias de las fotografías de criminales pertenecen a la autoría de los hermanos Torres, sin embargo no se ha podido determinar cuales. Existe, sin embargo, el registro en prensa sobre la toma de un retrato que realizó Felipe Torres al criminal Pablo Rojas, quien intentó atacar al doctor José María Cásares, obispo de Zamora. Juan de Mata, editor del Monitor del Pueblo, anunció que el retrato se reprodujo “para contentar la curiosidad pública” y se puso a la venta en el establecimiento de la calle de escalerillas. Habrá que recordar el gusto, o mal gusto, de coleccionar retratos de criminales que alimentaban el morbo colectivo, la “Galerías de Rateros” de El Universal era un claro ejemplo, donde se “presentaban grabados con los retratos de delincuentes y criminales acompañados de textos en los que se alertaba a la ciudadanía y se describía el tipo de delito en el que se especializaba el sujeto en cuestión.” Desafortunadamente, no se ha logrado identificar el retrato con aquellos analizados por la autora. Queda por estudiarse el tránsito de estas imágenes, ya que las correspondientes a los álbumes oficiales no estaban a la venta, y sin embargo se coleccionaban, lo que da pauta para pensar en un mercado negro.
Por otro lado, un poco más feliz y protocolario, Manuel, favorito de la prensa moreliana, fue muy felicitado por las fotografías que le hizo al general Porfirio Díaz, a la Sra. Carmen Romero Rubio de Díaz, a la Sra. Agustina Castelló de Romero Rubio, a los ministros Romero Rubio, Baranda y Pacheco, así como al Arzobispo de México, a Luis e Ignacio Pombo, al general Mariano Jiménez y al Coronel José Vicente Villada:
“[…]dichos retratos son verdaderas obras de arte y como tales los han juzgado personas competentes. El parecido es exacto y la ejecución notable, perfecta, al grado de haber merecido, por ellos el inteligente artista, los más calurosos y entusiastas plácemes de algunos caracterizados órganos de la prensa. El Sr. Arzobispo Labastida, al recibir su retrato de las manos del joven Torres, le dio como premio un autógrafo [que decía] ‘Don Manuel Torres […] sacó instantáneamente uno de los mejores retratos míos que han ejecutado los artistas más hábiles. La copia que me ha presentado hoy, me deja sumamente complacido, lo recomiendo a todos los que vean esta tarjeta, monumento de la verdad, de la justicia y aun de la gratitud, México, octubre 10 de 1890.”
Con dicha protección, promoción y cartas de recomendación, en julio de 1891 iniciaron su viaje por Europa para que Felipe hiciera un estudio de los adelantos y novedades fotográficas y así poder implementarlas a la Escuela de Artes e incrementar su prestigio. Visitaron a cónsules mexicanos en el extranjero, como Vicente Riva Palacio ministro en España y Portugal; Ramón Fernández, ministro de Francia; Ignacio Altamirano, en Italia y Manuel Payno, cónsul en España. Lo que les permitió formar una colección de retratos autografiados de celebridades del ámbito artístico y político como:
“Manuel Ruiz Zorrilla, jefe del Partido Republicano español; Gaspard Félix Nadar, Matilde de Lavanne e Ivonne de Moreuilles, conocidas actrices francesas; las israelitas Jeanne y Eva Lalmud; Blanche Frutzaert, destacada periodista belga; Gustave Eiffel; Jules Simón, propagandista de los principios liberales de Francia; Carlos de Borbón, Alejandro Dumas (hijo); Nicolás Leonard Sadi Carnot, presidente de Francia y los reyes de Italia, Humberto I y Margarita Teresa de Saboya, entre otros.”
La estancia en París les permitió establecer vínculos internacionales y posteriormente ser miembros de la Sociedad Francesa de Fotografía. Su espíritu innovador los llevó a descubrir un procedimiento para intensificar placas, con dicha técnica ya no tendrían problema en los días nublados para obtener un buen retrato. “Dominaron la iluminación, el satinado y esmaltado” en un proceso de retoque de iluminación con colores al óleo que lograron patentar en 1889, el cual daba un efecto tipo porcelana. En 1894 registraron otra patente, bajo su apellido, para hacer un papel para imprimir fotografías con acabado similar al de un grabado.
El dominio de la técnica era fundamental para el éxito comercial. Así, la actualización e invención por parte de los hermanos Torres, indicaba que “se trataba de profesional[es] que podía[n] ofrecer los adelantos más recientes en una sociedad en donde la ciencia y su hija pequeña, la técnica, eran sinónimos de evolución social.”
La nota de El Mundo, con la que comenzó este texto, sigue esta línea de innovaciones: “Presentamos este interior de taller con la nota de novedad que le presta la presencia de la mujer desempeñando las tareas del arte fotográfico.” La imagen, en efecto, muestra los interiores del estudio con tres mujeres de frente al espectador. Antes de ahondar en la novedad que advierten, me interesa resaltar la configuración del espacio del estudio fotográfico. En 1899 la Guía general de la República Mexicana registró 31 casas fotográficas. En febrero de ese año, los Hermanos Torres anuncian su cambio de taller de “los altos de la casa No. 1 de la calle de la Profesa —Hotel de France— para continuarlos próximamente en el No. 2 de la misma calle.” La imagen es este nuevo estudio.
Los hermanos Torres se jactaban por ser “el taller favorecido de la sociedad elegante de la capital.” En la imagen se exhiben muestras de los mejores trabajos, se distinguen grandes espejos y el mobiliario de lo que sería una pequeña sala de espera. Según Carlos Córdova, en esa sala se mostraba el diploma que certificaba a los fotógrafos su membresía a la Sociedad Francesa de Fotografía.
Amézaga realiza un recorrido descriptivo de los estudios fotográficos del siglo XIX que resulta pertinente mencionar mientras se aprecia la imagen:
“El recepcionista o el propietario del estudio recibía a la clientela en un vestíbulo, a manera de sala de espera, donde se podían ver enmarcadas las fotografías-muestra del atelier, de entre éstas se elegían el formato, la temática y la pose con que deseaba retratarse. El estudio debía contar con un espacio para que la personas se acicalaran, se cambiaran de ropa y pudieran peinarse frente al espejo. Después se pasaba al “salón de exposición”, en el que se realizaba la toma. El área contaba con una pared y un techo de cristal inclinado y, generalmente, estaba orientado hacia el norte, lo que permitía la iluminación en las tomas fotográficas. La luz que entraba por la cristalera, se regulaba por medio de cortinas de muselina blanca que, divididas en secciones suavizaban y ajustaban la iluminación del modelo a fin de obtener armoniosos contrastes de claros y oscuros. El taller debía contar además con espejos que pudiesen reflejar la luz natural, a manera de luces complementarias e incidir de la mejor manera en el modelo.”
Se sabe que Victoria, hermana de Felipe y Manuel, era quien atendía el taller. Podemos suponer, que es ella quien se encuentra a un lado de la cámara de gran formato. Se desconoce el nombre de las mujeres en el plano más alejado, sin embargo, su posición en la sala junto al aparato de retoque podría indicar su responsabilidad en el taller.
Los fotógrafos Torres dedicaron el anuncio a enfatizar dos cosas: el empleo femenino y el beneficio a la clientela femenina.
“Los señores Torres han sido los primeros que en nuestro país implantaron tan feliz innovación, con la que ganan no sólo las favorecida con esos empleos, sino el público y principalmente las damas. En efecto, si hay ocupación para la mujer, es la fotografía: tienen aptitudes y habilidad manual extraordinarias, y sobre todo, pueden servir mejor que un hombre á las damas que se retratan, arreglando ellas mismas su tocado, dándoles la posición propia con una confianza y minuciosidad imposibles en personas de distinto sexo.”
Para entender esto, debemos detenernos por un momento en el soporte de El Mundo y el público dirigido, luego considerar las implicaciones del oficio fotográfico para la mujer.
Rafael Reyes Spíndola creó el periódico en 1894. La primera publicación semanal con fotografías, fue primero en la ciudad de Puebla y más tarde llegó a la capital. Es considerado uno de las primeras publicaciones que incluyen fotografías de manera recurrente. De esta manera, funcionó como medio de difusión de actualidad fotográfica y catálogo de lo fotógrafos activos en el país. En la mayoría de los casos, se comenzó a dar crédito a los autores, entre los destacados se encuentran: Emilio Lange, los hermanos Valleto, Octaviano de la Mora, Fernando Ferrari Pérez, Guillermo Kahlo, los hermanos Torres, los hermanos Schattman, Antíoco Cruces y Luis Campa. Según Antonio Saborit el fotógrafo de la casa era Manuel Ramos, quien a partir de 1900 comenzó a firmar sus obras. Gracias al avance tecnológico de impresión a medio tono, las fotografías pudieron reproducirse en la misma plana que el texto, dicha técnica fue mejorada más tarde con el fotograbado y con la tipografía artística. Habrá que mencionar que el semanario se realizaba con prensa plana. Será importante aclarar un par de líneas en las que se inserta el soporte de la imagen a analizar: la producción de su papel que beneficiaba directamente al régimen y la línea política que siguió “silenciosamente”.
Saborit afirma que El Mundo Ilustrado fue “pieza clave en el ejercicio de poder de Porfirio Díaz,” ya que no sólo apoyaba la revista para mantener con vida al periodismo mexicano, sino:
“En primer lugar, ofrecer un medio indispensable para que las diversas agrupaciones expresaran y difundieran públicamente las simpatías y diferencias hacia el estado, lo que a mediano plazo permitió a Díaz y a los suyos identificar, conocer y aprovechar al elenco de la sociedad política; y en segundo lugar, poner la mesa para activar el diálogo entre las minorías dinámicas de la sociedad. No por otra cosa el periódico ingresó originalmente a la vida doméstica de muchos como un objeto literario, casi siempre machacón y doctrinario en sus afanes civilizadores, antes que como algo de utilidad inmediata y, en cierta medida, indispensable para el desarrollo de la vida en comunidad y el aprovechamiento más racional de sus bienes y servicios.”
El discurso promovía indirectamente el gobierno de Díaz, ya que dentro las fotografías que aparecen en el semanario se aprecian las series de residencias que mostraban el aspecto moderno de la ciudad y el progreso en las inmediaciones a ésta, en las zonas de San Ángel, Mixcoac y Coyoacán, por mencionar algunos ejemplos.
El control ejercido a través de los discursos civilizadores y doctrinarios es evidente en las publicaciones del semanario. Resulta pertinente realizar un breve análisis sobre el lugar que ocupa la mujer en las revistas. Considerando que, el mecanismo del poder se ejerce sobre los cuerpos, éstos incorporan el discurso y lo reproducen e intensifican por su propia vía. Michel Foucault, presentó en una conferencia sobre Sexualidad y poder, una descripción que nos funciona: “Occidente no niega la sexualidad —no la excluye—, sino que introduce, organiza a partir de ella todo un complejo dispositivo en el que se juega la constitución de la individualidad, de la subjetividad, a fin de cuentas, la manera en la que nos comportamos, en que tomamos conciencia de nosotros mismos.”
Dirigido a un público femenino, el lugar de la mujer prepondera en las secciones de literatura amorosa, prosas y versos, páginas de moda y conocimientos útiles para el hogar. La figura femenina será un modelo regulador para civilizar y modernizar a la alta y culta sociedad. Julia Tuñón afirma que con las regulaciones “se rige lo que el cuerpo debe mostrar, esconder, controlar y expresar en público e implica la vigilancia de minucias del terreno de los gestos, los comportamientos, el lenguaje corporal y los atuendos.” Todas estas regulaciones estaban presentes en las ilustraciones, fotografías y artículos de El Mundo.
Sin embargo, —continúa Tuñón— “entre las prácticas y los modelos normativos existe un desfase evidente. […] Las mexicanas habrían de resignificar con sus prácticas ese modelo que se les impone.” De esta manera, existieron mujeres que por diversas causas (posibilidades, clase social o intereses personales) no dedicaron su vida al ocio y a la vanidad de la moda y en su lugar, era quienes producían los objetos de disfrute: bordadoras, modistas, costureras, tintoreras, curtidores, cigarreras, mercaderes, tipógrafas y artistas. Estos “oficios” femeninos se han conformado desde los gremios surgidos después de la Conquista, pero no fue sino hasta 1872 que se fundó la Escuela de Artes y Oficios para mujeres. Dos años después, Marcela Palomeros abre una escuela de encuadernación y grabado para niñas. La Asociación Artístico Internacional pretendió en 1878 enseñar a las jóvenes el arte de los impresores. Ese mismo año, Micaela Hernández, impresora de La Internacional, decide y anuncia que ocupará señoras en su establecimiento de imprenta y encuadernación.
Desde 1843 se comenzaron a publicar noticias del extranjero que narraban distintos sucesos relacionados al cambio de conciencia femenina a nivel mundial. Tal es el caso del Congreso de Mujeres francesas y su rechazo a la falda larga para sustituirla por el traje de dos piezas, su exigencia para abolir la explotación de los niños y mujeres, a favor de una educación y un salario igual al de los hombres. Acompañado por los movimientos literarios a favor de las mujeres promovidos por las yucatecas, lograron impulsar la emancipación mental a través de su trabajo y de su ejemplo:“Entre 1879 y 1890 empiezan a surgir numerosas maestras de secundaria, de entre ellas destacan algunas poetisas y escritoras interesadas en mejorar la situación de la mujer en su conjunto. Ligadas por los problemas comunes del trabajo, las maestras van a marcar derroteros nuevos para la mujer en la música, la imprenta, la contaduría, la encuadernación, la fotografía, el grabado y otras artes y oficios.”
Los hermanos Torres afirmaron orgullosos que eran los primeros en implementar el oficio femenino y que, en efecto, “si hay ocupación para la mujer, es la fotografía.” Habrá que recordar su pasado en la Escuela de Artes y Oficios de Morelia. Quizás el vínculo directo que tiene la fotografía como oficio en tanto las cualidades de las artes aplicadas y habilidades manuales necesarias, fue lo que permitió la entrada a Victoria y las otras dos mujeres a desarrollar la minuciosidad requerida al momento de arreglar el vestido o el tocado de las otras damas que decidieran retratarse.
Según el Censo General de la Población en 1900 existían 14 fotógrafas registradas en el Distrito Federal. Debido a la falta de material documental no podemos afirmar que Victoria y las dos mujeres sin identificar hayan continuado su profesión. Tan sólo se tiene el registro en prensa de la producción fotográfica de Felipe y Manuel por separado, una vez extinguida la sociedad Torres Hermanos en 1901. Según Rebeca Monroy, “el hecho de ser mujer impidió que [María Santibáñez] tuviese una gran clientela.” Es probable que la profesión como fotógrafa fue mucho más aceptada con el paso del tiempo a lo largo del siglo XX, pues durante el siglo XIX la fotografía se asoció con los varones. Según la nota de novedad, las mujeres del taller dedicarían especial atención al retrato de damas, lo que permite cuestionar si las fotografías tomadas por Torres Hermanos durante 1899 y 1901, son colaboración de Victoria y las dos mujeres desconocidas. Rebeca Monroy señala que la familiaridad de ellas hacia la cámara permite suponer que sí ejercieron el oficio, con anuencia o no de los hermanos.
La imagen en cuestión fue reproducida también en el periódico Cómico como anuncio del nuevo taller de los Torres hermanos. Ha sido mencionada en muchos estudios históricos haciendo referencia al trabajo femenino dentro del taller. Sin embargo, considero que no se ha profundizado el análisis de la imagen más allá de la descripción evidente. Aquí presento tan sólo un pequeño intento.
La imagen muestra a tres mujeres en un espacio tras bambalinas, su espacio de trabajo, detrás del fotógrafo. Promueven buena conveniencia para las mujeres que deseen retratarse bien. Si comparamos el anuncio de los Torres con otras imágenes de estudios producidas para un mismo fin, apreciaremos este lugar tras bambalinas. En nuestro caso, la fotografía es tomada desde la sala de exposición hacia una pequeña sala de espera, hecho que devela el espacio de trabajo del fotógrafo y su equipo. De esta manera, quien vea la imagen en la revista, tendrá el mismo punto de vista al momento de retratarse en ese estudio. Es decir, el fotógrafo, a quien vemos en el reflejo movido del espejo al fondo, decide colocar al próximo espectador de la fotografía en el lugar donde él desea: su taller listo para ser retratado.
La imagen tiene mucho poder en sí misma. La composición nos remite a uno de los cuadros que cuestionan la representación, el poder del artista y del retrato en la corte española del siglo XVII. La similitud con Las meninas se da quizás por el ordenamiento de los personajes y objetos. También por el juego de miradas y tensiones entre los sujetos y sus reflejos. Véase el reflejo movido del fotógrafo en comparación con aquel nítido y claro de Victoria. Ella es la única que aparece dos veces, de frente y de perfil. ¿Será que “la mirada soberana del fotógrafo” ordena y controla la representación?
Referencias:
Amézaga Herias, Gustavo, “Acto y retrato en los estudios fotográficos del sigo XIX” Alquimia 45 Interiores, Mexico: INAH, 2012, 58 – 75.
Chávez Carbajal, María Guadalupe, “Revolución y masificación de la imagen: fotografía y control social en Morelia, 1870-1911” Tesis de Doctorado, Universidad Veracruzana, Instituto de Investigaciones Histórico Sociales, 2009.
Córdova, Carlos A., Tríptico de sombras. México: Centro de la Imagen, 2012 Foucault, Michel, Las palabras y las cosas, México, Siglo XXI, 2008.
Foucault, Michel. Sexualidad y poder. Barcelona: Ediciones Folio, 2007.
Debroise, Olivier, Fuga mexicana, Barcelona: Gustavo Gili, 2005.
Monroy Nasr, Rebeca “El proceso enseñanza-aprendizaje de la fotografía en la ciudad de México” en La enseñanza del arte en México (Coord.) Aurelio de los Reyes, México: Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM, 2010, 315 – 355.
Monroy Nasr, Rebeca, “Mujeres en el proceso fotográfico (1880-1950)” Alquimia no. 8, México: INAH, 2000.
Negrete Álvarez, Claudia, Valleto hermanos: fotógrafos mexicanos de entresiglos. México: Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM, 2006.
Parcero, María de la Luz, Condiciones de la mujer en el Mexico del siglo XIX, México, INAH, 1992.
Saborit, Antonio, El Mundo Ilustrado de Rafael Reyes Spíndola. México: CONDUMEX, 2003, p. 17
Tuñón, Julia. “Ensayo introductorio. Problemas y debates en torno a la construcción social y simbólica de los cuerpos” en Enjaular los cuerpos. Normativas decimonónicas y feminidad en México. Julia Tuñón coomp. México: El Colegio de México, 2008.
Catálogo de exposición: Nosotros fuimos. Grandes estudios fotográficos en la ciudad de México, México: lNBA, Museo del Palacio de Bellas Artes, 2015.