Marià Fortuny, Cora trazando la sombra de su amante, 1856-1858
Museo Nacional de Arte de Catalunya
Un breve pasaje nos invita a meditar sobre el impulso de aprehensión de las imágenes en sintonía con el recorrido realizado a lo largo de mi tesis de maestría. Regresar la mirada siempre un poco más atrás, es el continuo ejercicio del historiador, esta vez, treinta y siete años antes del invento del daguerrotipo.
Hacia 1802 Tom Wedgwood publicó los primeros intentos de capturar o copiar las imágenes formadas por la cámara oscura en “An Account of a method of copying Paintings upon Glass, and of making Profiles, by the Agency of Light upon Nitrate of Silver”. A pesar de encontrar que eran demasiado vagas para lograr producir un efecto sobre el nitrato de plata aplicado a una hoja de papel, explica que copiar dichas imágenes fue su primer objeto de estudio desde los inicios de sus investigaciones.
Este interés por la “investigación filosófica”, como lo describe él mismo, fue en gran parte influenciado por su padre, Josiah Wedgwood, el famoso ceramista industrial. Wedgwood encargó en 1782 un cuadro a Joseph Wright de Derby que representara el origen de la plástica -del modelado en barro- según lo describió Plinio el Viejo. La doncella corintia presenta el mito de Cora, la hija de Butades, quien aparece trazando las líneas del contorno de la sombra de su amado quien partiría a la guerra esa noche. Ella lo lleva hacia el muro, toma una vela con una mano y un carbón con la otra y comienza a circunscribir su silueta.
Ella está entre el trazo, la luz y el cuerpo que produce la sombra, ella es la afectividad. Es nuestra manera de relacionarnos con las imágenes, es el deseo de conservarlas, retenerlas y aprehenderlas.
(mayo 2016)